El aumento en la esperanza de vida es sin duda un marcador de éxito en el avance de la medicina, sin embargo, es ahora cuando debemos de extender este conocimiento hacia la calidad en esos años que hemos logrado aumentar. Ahora además del objetivo de atención de tipo preventivo y curativo, se debe de considerar la prevención de la dependencia o la potenciación de la capacidad funcional, en otras palabras, la autonomía de los Adultos Mayores.

Un síndrome geriátrico se define como un conjunto de síntomas, originados por la conjunción de una serie de enfermedades que son frecuentes en el anciano, y, sobre todo, originan incapacidad funcional o social. De ellos los más importantes son: inmovilidad, inestabilidad-caídas, incontinencia urinaria y deterioro cognitivo, también llamados “Los cuatro grandes de la Geriatría”.
Tras su aparición originan deterioro de la calidad de vida del adulto mayor y conllevan dependencia o aumento de la que ya tenía, además de aislamiento social o incluso institucionalización (ingreso a asilo) o aumento de la enfermedad o la posibilidad de muerte. Son prevenibles pero lo más importante, estas enfermedades en el viejo, deben de identificarse y nunca considerarse como “normalidad” asociada a envejecimiento.
El abordaje diagnóstico y terapéutico de un síndrome geriátrico requiere de un equipo interdisciplinario y una valoración integral desde un punto de vista biopsicosocial u holístico como mencionan algunos autores.
En este artículo abordaremos al deterioro cognitivo como síndrome geriátrico. Algunos datos mencionan que el 80% de las personas que alcanzan edades muy avanzadas no presentan pérdida importante de memoria ni de otros síntomas de demencia, pero si hay una declinación de las funciones cognoscitivas con la edad como ya se comentó en artículos anteriores. Pero hay que tener en cuenta que el ritmo de declinación es variable de persona a persona y se debe a múltiples factores como son la escolaridad o nivel educativo, la cantidad y calidad de actividad física y mental que realiza una persona y las enfermedades concomitantes que presente cada persona. Todo ello no solo en la edad dorada sino desde su juventud, “envejecemos cómo vivimos”.

Llamamos demencia a la pérdida o deterioro de las funciones mentales principalmente memoria, organización, comunicación y que son completamente diferentes a los cambios de la memoria asociados al envejecimiento. Al momento de abordar a una persona que presenta alteraciones de la memoria se debe de buscar además de los síntomas antes mencionados, medicamentos asociados a cambios en las capacidades mentales, ya que las personas adultas mayores presentan mayor vulnerabilidad del cerebro a dosis de medicamentos usuales y dichos efectos no se presentan en adultos jóvenes, por lo que a la hora de prescribir un medicamento se debe de tomar en cuenta la edad del paciente.
Esta misma vulnerabilidad del cerebro hace que se presenten síntomas cognitivos o neuropsiquiátricos cuando en realidad es otra la enfermedad real, por ejemplo alucinaciones al presentar una infección urinaria, por lo que el tratamiento siempre debe ser orientado a la causa y no al síntoma, usando el mismo ejemplo, dar un antibiótico y no un medicamento para las alucinaciones únicamente ya que por cada medicamento que agregamos ese cerebro vulnerable puede presentar más complicaciones por ejemplo que empeore la infección por solo sedar al paciente y dejarlo en cama en lugar de tratar la infección.

También es importante señalar que hay que descartar otras afecciones tanto físicas como psicológicas o psiquiátricas antes de determinar el diagnóstico de demencia o mejor dicho deterioro cognitivo, por ejemplo, hipotiroidismo o depresión que también pueden dar falla de memoria en estas edades.
Respecto a la existencia de otras enfermedades asociadas o como le llamamos en medicina comorbilidad, estas cobran vital importancia en un paciente que se sospecha diagnóstico de demencia ya que antecedentes como enfermedad cardiovascular, depresión previa, alteraciones de la glucosa alta o baja, insuficiencia renal pueden ser el origen del problema y el tratamiento deberá de ir nuevamente orientado a la causa.
El tratamiento como el diagnóstico debe ser interdisciplinario con una amplia gama de posibilidades que debe dirigirse por profesionales de las diversas áreas y la recomendación es evitar productos “milagro” o la “recomendación de la vecina o la comadre” que, aunque bien intencionada puede generar mayor conflicto y complicación en el paciente.
En deterioro cognitivo como en el resto de medicina geriátrica se usan medidas sin fármacos que muchas de las ocasiones proporcionan mejor calidad de vida, por ejemplo, orientar al paciente en la realidad, ejercicio para la memoria, además de actividad física, actividades relajantes y actividades sociales en la medida que la valoración por una profesional crea conveniente.
Las enfermedades asociadas en un paciente con demencia de tipo vascular, sobran mayor importancia que la misma demencia en si ya que su progresión dependerá más del descontrol de dichas enfermedades que de los medicamentos que usamos para dicha enfermedad, es decir debe ser un tratamiento completo con medicamentos y medidas de cuidado especiales.
Los pacientes con demencia de cualquier tipo además son más propensos, por su daño cerebral de presentar delirium una entidad que puede significar desde dolor hasta una neumonía y para lo cual también existen medidas sin fármacos para ayudar a esto, lo cual es de suma importancia para disminuir el gran estrés que este síndrome genera y que en esto la familia juega un papel muy importante, el simple hecho de acompañar llevar “sus cosas”, (por ejemplo, sus gafas, sus aparatos auditivos) con ellos al hospital disminuye la probabilidad de que aparezca delirium e incluso es parte del tratamiento.
El éxito del protocolo de diagnóstico y terapéutico en una persona afectada con demencia dependerá del equipo interdisciplinario que lo aborde, y al hablar de ello hago referencia a la comunicación entre profesionales.
The Merck manual of geriatrics. Sec. 5, Ch 40, Dementia. 3ª ed. 2000
dRA. KARINA ANAHI RENTERIA ORTEGA